La sociedad vive en continuo proceso de evolución, es pues lógico pensar que los cambios también deben trasladarse al contexto de la escuela. Memorias USB, portátiles, pizarras digitales, realidad aumentada, códigos QR, móviles... que los alumnos puedan trabajar con alguna de estas herramientas de manera continúa, escandalizando a más de uno al pensar que eso es diversión, no aprendizaje. Pero la cuestión es ¿todo aprendizaje tiene porqué ser aburrido?
En la actualidad, contamos con muchas herramientas tecnológicas, en lugar de escandalizarnos deberíamos aprender que pueden ser un recurso muy importante en los procesos de enseñanza/aprendizaje de cara a la motivación del alumnado. Suecia o Finlandia ya han implantado modelos educativos basados en estos principios y los resultados están a la vista, pues siempre alcanzan los primeros puestos en los rankings de investigación educativa. En cambio, en nuestro país siempre estamos a la cola de Europa en materias de educación y nuestros datos de fracaso escolar son escandalosos. A tenor de estos resultados, parece que ha llegado el momento en que hay que subirnos al carro de la innovación educativa y reestructurar nuestro modelo de enseñanza. Es el momento de centrarnos en fomentar un aprendizaje basado en el proceso de ejecución y no solo en la consecución de una meta; quizás así conseguiríamos que los alumnos estuvieran más motivados y podríamos reducir los índices de fracaso escolar.
No es cuestión de cambiar las leyes y decir que hemos cambiado el modelo educativo y que luego ese cambio no se refleje en la metodología del aula, sino que ahora lo necesario es que se reestructure la enseñanza y se vuelvan a redefinir los roles, tanto de profesores, alumnos, escuelas e instituciones educativas. Por ello, debemos tener en cuenta que todo cambio conlleva siempre una parte de riesgo, pero si está en juego la educación de nuestros jóvenes, ¿no merecerá la pena intentarlo?
"El reto es formar a futuros adultos capaces de gestionar la incertidumbre del siglo XXI"
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